James Stewart y el atractivo de lo «normal».

19 de septiembre de 2016

En 1997 me encargaron hacer la crítica de una película que me ha acompañado toda la vida de diferentes maneras: «Mr Smith goes to Washington»; dirigida en 1939 por Frank Capra y protagonizada por James Stewart. Ese mismo año pasé unos meses en Londres, en una estancia de investigación y compré la biografía de Stewart, que había fallecido en julio de ese año con 89 años de edad. No la había leído hasta el día de ayer. La había ojeado, pero mi inglés, pobre, me había dificultado mucho la lectura, y no fue hasta ayer por la tarde que me puse a leerlo con calma (está mucho mejor ese inglés).
En breve, les cuento que este actor provenía de una familia de comerciantes muy religiosa de una ciudad pequeña de Pensilvania; orgullosa, como escuchamos en las películas, de que un integrante de cada una de sus generaciones hubiera participado en alguna de las guerras de su tiempo. Stewart no estaba especialmente dotado para el estudio, pero lo mandaron a una secundaria medio bien y después a Princetonen, donde como no se aclaraba mucho, cambió de estudiar Ingeniería, a Ciencias Políticas, y acabó enfocándose en estudios de Arquitectura, logrando titularse como le correspondía. El resultado de esta educación fue un conservador tolerante, un «gentleman» exquisito, y uno de los futuros galanes de Hollywood más importantes de todos los tiempos, que tuvo el «toque» de llevar a una de las actrices más deseadas de la época a un servicio religioso en la primera cita entre ellos; y de despedirse de otra, que le traía mucho interés,con un beso en la mejilla, después de dejarla alborotada en la puerta de su casa.
Acabados sus estudios se instaló en Nueva York y empezó a hacer teatro. Su compañero de cuarto, y amigo durante toda la vida fue Henry Fonda, otro legendario actor, padre de Peter y Jane Fonda. Henry, como sus hijos era muy de izquierdas, si lo queremos decir así; y James muy de derechas. Después de agarrarse a golpes un día, en las calles de un Nueva York nevado, decidieron no volver a hablar de política en su vida y conservaron su amistad hasta su muerte.
En todos mis cursos comparto con los alumnos la película que les mencionaba al principio. La genialidad de Capra logró que Stewart fuera el protagonista de dos de las películas más influyentes de la historia del cine. Nominado al Óscar por las dos, la primera realizada antes de la Segunda Guerra Mundial, y la segunda «It’s a wonderful life» en 1946, no sé si eran conscientes de lo que habían construido. A pesar de esa genialidad, se llevó el Óscar por «The Philadelphia Story», una comedia menos importante co-protagonizada con Katherine Hepburn y Cary Grant en 1940.
Las dos películas de Capra reflejaban la importancia del ciudadano normal como actor político clave para la preservación, tanto de los ideales democráticos de su nación; como de la defensa de esos valores, frente a las maquinarias perversas de los partidos políticos, y de los empresarios asociados al poder. Algunos políticos estadounidenses trataron de prohibir «Mr. Smith goes to Washington», lo que muestra la estupidez de muchos arribistas, que no supieron entender que la crítica es saludable, y rechazaron una de las películas más importantes de la defensa de los valores democráticos y ciudadanos realizada nunca en los Estados Unidos.
La característica más importante de Stewart en la pantalla fue su sencillez, creíble para todos y que además reflejaba su forma de ser fuera de las pantallas.
En 1940 por sorteo fue reclutado para enrolarse al ejército, antes del ataque japonés a Pearl Harbor. Siempre le habían gustado los aviones, y tenía unas cuantas horas de vuelo por lo que lo destinaron a la fuerza aérea. Una vez la guerra se abrió paso intentaron proteger a la estrella de Hollywood, no queriendo enviarlo a combate por lo que pasó un par de años como instructor de vuelo, y aprendiendo a volar bombarderos. Finalmente lo destinaron a Inglatera y no sólo estuvo en combate, sino que llegó a ascender al grado de coronel, y a comandar varios de los más importantes ataques aéreos aliados desde la cabina de su avión. Dicen que fue su carácter tranquilo el que le permitió ser un buen jefe en esas condiciones tan complicadas. Sin embargo, después de 20 misiones de alto riesgo, lo bajaron del avión con claros síntomas de estrés y agotamiento nervioso. Stewart sufrió muchos años de estrés post traumático, y muy pocas veces habló sobre la guerra. Uno de sus hijos siguió cumpliendo con la tradición familiar y luchó en Vietnam. Éste falleció en combate una semana después que su padre, entonces General de la Reserva de la Fuerza Aérea, lo visitara a él y a otros soldados en el frente.
Ronald Reagan, conservador, y Bill Clinton, democráta, alabaron a James Stewart por sus virtudes de ciudadano común.
En mi opinión, a pesar de sus éxitos, lo importante de esta figura es que refleja el espíritu de participación desinteresado del ciudadano como constructor, defensor y garantía de un sistema político, en el que los valores democráticos son esenciales. Una presencia tranquila, elegante, pero contundente en el momento en el que se requiere gente que no busque protagonismo, sino servir a su pueblo.

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