Reflexiones tras al terremoto del 19 de septiembre del año 2017.

23 de septiembre 2017

El miedo y la temeridad son caras de distinta moneda. Es posible que los seres humanos reaccionemos con una especie de resorte y temeridad cuando sufrimos el dolor cercano, y cuando inconscientemente pensamos que somos invencibles. El miedo paraliza, y te destroza internamente; pero en dosis adecuadas en necesario. La juventud o el coraje te empuja y te conduce alegre y altruistamente hacia lo desconocido.

Hago estas reflexiones porque acabo de leer una excelente columna, en la que el autor comentaba sobre la partida de su hijo hacia la labor de encontrar sobrevivientes en la ciudad de México. Llevaba dibujado en el brazo su nombre y su tipo de sangre; y ello estremeció al columnista, por lo que representaba el hecho de que se tuviera que utilizar en algún momento esa información. También las hago porque el día de ayer presencié como un amigo mío, tenía que “contener”, las ganas de ayudar de uno de sus hijos, porque “este chamaco vive en una burbuja, y no entiende a los peligros que se puede enfrentar”.

Acabada de leer la columna que refiero, me acordé de mi amigo y de algo que viví hace muchos años en un incendio que duró tres días y tres noches, y en el que el miedo se me presentó cara a cara y sin maquillaje. Esos días mientras mi padre y mi hermano se la pasaban en el bosque ayudando a los bomberos, yo me encerraba con los políticos, tratando de que la ayuda llegara hacia el lugar en el que nos encontramos. Avanzada la contingencia me fui a preparar comida para la gente que se encontraba en las montañas. Recuerdo la visión aventurera de una jovencita, que no dejaba de mostrar su admiración por los valientes que se encontraban viviendo la experiencia de enfrentar a un incendio de semejantes proporciones. Ese día me tocó llevar la comida a las personas que se encontraban en la contingencia. En el lugar más complicado encontré a muchos amigos, varios de los cuales no tenían porqué estar allá. De repente el viento cambió y el fuego nos rodeó … además empezaron a escucharse explosiones que identifiqué con depósitos de gas (me la pasé advirtiendo a los políticos que eso pudiera ser un gran problema). Un amigo mío tenía una moto, los dos nos trepamos y nos fuimos … encontramos una salida y la anunciamos por radio que los demás siguieran la ruta, pero ésta se cerró por el fuego. Ese día pensé que la veintena de conocidos míos que se habían quedado atrás habían fallecido. Lo peor fue llegar al pie de la montaña y ver a sus familiares. Ese día…y muchos posteriores el miedo me comió por dentro. Al llegar a las oficinas municipales no pude mirar a los ojos de la muchacha, porque el miedo no es una aventura “cool”; la muerte es algo sin vuelta atrás.

El día del temblor habíamos realizado nuestro simulacro a las 11.00 recordando el temblor de 1985. Estábamos en reunión y tuve tiempo de agarrar mi celular, un libro y lo que llevaba conmigo. Dos horas después cuando se movió la ciudad, me olvidé de agarrar el celular, de cerrar la puerta de la oficina y me lancé fuera del edificio. Ya en lugar seguro la gente empezó a ver sus celulares, y a seguir el twitter… tratando de saber lo que había pasado. Empezaron a llegar noticias de edificios derrumbados, y mis compañeros comenzaron a preocuparse por sus familiares, y a sentir la necesidad de señalar que estábamos bien. La red de telefonía colapsó. Sin embargo, a través del internet nos pudimos comunicar. Le pregunté a mi jefe sobre su experiencia en 1985, y me confesó que en su zona no llegaron a dimensionar lo que había pasado hasta bastante tiempo después. Eso parecía que era lo que íbamos a enfrentar. Algunas personas se llegaron a poner muy nerviosas, y presenciamos un desmayo o dos.

Nos estamos acostumbrando a la información inmediata, y a querer saber todo al instante. Eso no es algo que suceda en una contingencia de la magnitud de la que hemos vivido estos días. Todos estamos ávidos de noticias, y las empresas de la comunicación nos tienen que alimentar, sin que ellos mismos, ni nadie tenga la información. Se ha utilizado el concepto de “reality show” para describir la cobertura que la mayoría de los medios de comunicación nos han brindado, por nuestra necesidad de saber qué es lo que estaba pasando, minuto a minuto. Primero fue la historia de la niña Frida Sofia, con la colaboración desafortunada y probablemente no buscada de un par de almirantes de la marina. Luego fue el “exceso” de información sobre el rescate de animales de compañía, que fue descrito con una amplitud y detalle remarcable. Más tarde la discusión sobre si los partidos políticos deberían de donar sus ingresos públicos para las campañas (como si no tuvieran otras fuentes de ingreso y eso fuera ayudar de forma definitiva a la reconstrucción del desastre). Finalmente, las desafortunadas apariciones de algunos actores políticos, como el presidente Peña Nieto y algún Gobernador, que más que acompañar a los damnificados o facilitarnos información oportuna, pareciera que se encontraran en campaña política.

No tengo dudas que los momentos de contingencia son confusos por naturaleza. No es posible que fluya en tiempo real la información. Desde otra perspectiva, el coraje y las sinceras ganas de apoyar de la ciudadanía se hacen presentes sin ningún tipo de obligatoriedad. Es tarea de las instituciones bien organizadas el canalizar este sentimiento, y esa disponibilidad.

En este sentido se ha percibido una desorganización importante, y son muchos los mensajes contradictorios que nos han llegado. En algunos momentos te decían que te quedases en la casa y que no estorbases; en otros que se requería ayuda para los diferentes centros de acopio. Se mostraba agradecimiento por los rescatistas certificados que llegaban de diferentes partes de la república y de otros países, pero luego surgían otras informaciones sobre el control de las fuerzas armadas mexicanas, y las dificultades para “colaborar” a este personal calificado. Por otra parte, se presumían las tecnologías que tanto la marina, como los extranjeros aportaban para la identificación de posibles personas.

Toda respuesta a una contingencia seria es desorganizada por naturaleza. Lo que se aprende en un momento y se instala en los protocolos, se vuelve anticuado en la siguiente situación de emergencia, porque las circunstancias cambian. En el terremoto del año 2017 todo el mundo tiene un celular el mano, y las redes sociales y la necesidad de información inmediata es una demanda que posiblemente no existió en otros momentos. Nos tenemos que adaptar a los tiempos y vivir con ello.

Mañana regresamos al trabajo, y vamos a encontrarnos de nuevo con nuestros compañeros. No hay duda que escucharemos muchas versiones. Historias de coraje, de valentía, de apoyo solidario. Orgullo por haber contribuido a apoyar a los demás. También nos encontraremos con personas que han sufrido personalmente el dolor y el miedo profundo. Así es la vida; es muy difícil estar preparado para todo los que nos acontece diariamente. Este mundo de la comunicación inmediata es el que nos ha tocado vivir, tiene cosas buenas, pero también algunos peligros que incomodan y que nos crean mundos recreados poco deseables.

Add Comment

Your email address will not be published. Required fields are marked *