Catalunya y México

27 de septiembre de 2017

Aunque parezca mentira hay muchas similitudes entre el punto al que han llegado los dos sistemas políticos. El hartazgo de la gente por el sistema político, por la corrupción y por la hipocresía de los partidos políticos y de sus representantes han calado profundo en los dos escenarios.
Parece consolidarse en ambos lugares un sentimiento antisistema, que todavía no visualiza como debe canalizarse democráticamente.
Hay muchos que tienen la ilusión en México que uno de los efectos del terremoto del 19 de septiembre sea el cambio del sistema partidario (del mismo modo que se atribuye al terremoto del 85 consecuencias rupturistas). He de confesar que me gustaría mucho que esto fuera de esta forma.
Sin embargo, como carezco de una bola de cristal, lo que hago es interpretar lo que percibo; me parece que se van a imponer de nuevo las formas tradicionales de hacer política.
Desde el demagógico anuncio de Andrés Manuel López Obrador sobre ceder parte de los recursos de campaña, se ha abierto una carrera loca por parte de los demás por decir: «y yo más». En México se ha abusado de los recursos públicos para financiar estructuras partidarias y «clientelas» de apoyo. Sin embargo, sin financiación pública sólo los millonarios pueden hacer campaña. Nunca los ciudadanos comunes podrían financiar una campaña política, y por lo tanto sólo los ricos o las personas apoyadas por grandes corporaciones podrían participar en política. Lo que se ha de imponer es la racionalidad, no la «histeria» colectiva provocada por la perversión del sistema.
Tanto AMLO, como el PRI, como el PAN, PRD y Movimiento Ciudadano tienen suficientes empresarios para financiarles una campaña política (¿alguien ha respetado alguna vez los límites de campaña?; ¿si la financiación pública desaparece, cómo se regularan los límites del gasto? ¿desaparecerán?)
Sinceramente, no tengo ni la más remota idea. Quizás los gringos tenían razón: «instituciones» y «equilibrio de poderes» (reales) -veremos como sobreviven a Trump-.
El caso catalán es más complicado y perverso, pero tiene similitudes con el mexicano.
Dos nacionalismos irracionales, y arraigados: el español y el catalán, han recreado las historias nacionales, y han utilizado los sentimientos, la xenofobia y el odio como instrumento para esconder la corrupción y el mal funcionamiento de la clase política tradicional. En el camino, en su encono, se han fortalecido mutuamente, llevándose entre las patas a los ciudadanos comunes. La patria es primero, la lengua, la «pureza» sanguinia, o la «conversión» incondiconal; la invención y la utilización de la historia oficial han sido monedas de cambio.
La gente se hartó también de los partidos tradicionales, y le dio un voto suficiente a un grupo antisistema, que ha cobrado mucha importancia en el sistema parlamentario catalán (no es un sistema presidencialista como el Méxicano, y el parlamento define el gobierno).
Ese partido antisistema es el que ha provocado que el núcleo duro del Gobierno catalán, que huye hacia adelante de su corrupción tradicional, haya roto con todas las reglas y haya convocado un Referendum ilegal, que no tiene ninguna garantía de evaluar las preferencias de la mayoría de los ciudadanos de Catalunya, que están hartos del juego entre los políticos, y que lo único que quieren es vivir sin que les estén amargando la existencia.
Gracias a los nuevos y los viejos políticos, la tensión ciudadana está llegando a un punto peligroso para la convivencia, y muy triste para los catalanes de nacimiento que observamos desde lejos el despropósito, y que conocemos perfectamente bien las raíces del problema.
Hasta el prudente Joan Manuel Serrat ha tenido que salir ha denunciar la locura … y la falta de garantías ciudadanas: y los radicales independentistas le han calificado de «fascista»…. El nacionalismo irracional está mucho más cerca del fascismo totalitario, que una llamada a la prudencia, y un reconocimiento a la necesidad para pensar con calma las cosas.
Estos son los peligros de los movimientos «antisistema».

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