23 de diciembre 2018
A las cuatro de la madrugada la Ciudad de México es una locura de carros tratando de dejar la gran ciudad. Hace frío … llevo puesta la chamarra y la bufanda, y el camino hacia Puebla es competido porque a mitad de camino hay obras. Todos los que a esta hora nos lanzamos, tratamos de evitar dos horas mínimas de parón de tráfico (nos sorteamos a cien por hora apenas iniciando el viaje). Llegando a Puebla las emisoras nos anuncian que están a 3 grados en el centro de la ciudad y que en zonas cercanas están a 3 y 5 grados bajo cero. Hace frío y la calefacción está prendida. Saliendo de la ciudad tenemos la primera retención importante por una caseta de peaje. Estamos llegando a las siete de la mañana y el sol empieza a apuntar con violencia, y al fondo empieza a verse majestuoso el Pico de Orizaba. Me tengo que poner los lentes de sol porque éste me golpea intensamente.
Me transporto lo más rápido que puedo, pero atrás estoy dejando paisajes, historias, problemas locales concretos que no conozco, ni aspiro a hacerlo. Ahora la radio habla de huachicoleros que se roban el gas en tomas clandestinas y yo me recreo en las montañas. De repente, cuando se anuncia el descenso hacia Veracruz, enfrente, aparece la niebla como un muro, mientras la radio señala que en parte de Veracruz, Tabasco, Yucatán y Quintana Roo, van a tener lluvias.
Un viaje de este tipo es maravilloso, todo cambia rápido y pensando en ello me imagino las turbulencias de los aviones, cuando transitan por zonas inestables.
A las nueve estoy cargando gasolina pasando Fortín de las Flores, me quito el suéter (la chamarra y la bufanda ya las había arrojado a los asientos traseros). Empieza el calor y tomo la autopista hacia Coatzacoalcos. Otros años era un problema pasar por allá por el mal estado de la pista, ahora está en su mayoría arreglada, por lo que pongo música y avanzo más rápido de lo que lo haré en el camino. Empieza a llover, pero pronto paso el ambiente gris y tengo que poner el clima en el carro. Somos los mismos viajeros los que nos adelantamos de forma recurrente en estos kilómetros que se antojan eternos. El paisaje se torna tropical y empiezan a anunciarse las refinerías.
Cerca de Coatzacoalcos se levanta el puente Ingeniero Antonio Dovali Jaime. Siempre me ha impresionado este monumento, y hace unos kilómetros decidí que empezaría a tomar alguna fotografía para compartirla con ustedes. En internet se señala que este puente fue una de las obras más impresionantes del mundo en los años setenta. Me detengo lo justo para tomar la imagen y tratar de estar en Villahermosa lo más temprano posible. Aguanto lo que puedo y en la mera entrada de la capital de Tabasco lleno mi tanque de gasolina, y compro unos sándwiches. Son las 13.50 de la tarde, y me encuentro aproximadamente a mitad de camino.
Cien metros después me encuentro con la sorpresa de que la ciudad está cerrada por los diferentes sindicatos del estado. El gobierno no les ha pagado y están enojados. No conozco la ciudad, ni sus problemas, pero estoy en tránsito y debo seguir hacia Chetumal. Pongo el “wase” y empiezo a dar vueltas por las calles, pero no hay forma de pasar. Los sindicatos tienen tomada la ciudad. Finalmente le pregunto a un policía como pasar y se va platicar con los manifestantes. Me acerco a los trabajadores de la Universidad y les señalo que tengo que seguir ruta, y éstos me dejan pasar en contra de la dirección normal; unos kilómetros más adelante otro policía me hace retomar el lado correcto de la calle… y sigo … enojado y estresado hacia el siguiente embotellamiento en una caseta de pago a las afueras de Villahermosa (aprovecho para mandar un mensaje de voz al chat de columnistas de Quintana Roo, señalando el problema).
No hay de otra en este tipo de viajes. Sabes que llevas el tiempo en contra tuyo, y que debes seguir avanzando. En todos lados hay problemas que no son tuyos, pero de los que es difícil escapar. De la misma forma que se disfruta de los paisajes, la gente tiene sus historias, y aunque estás de paso, transitar en medio de un mundo que no es una postal, sino una corriente de cosas bellas y problemas, es un hecho que se debe comprender.
Pasado el desvío a Tenosique (frontera con Guatemala y paso obligado de miles de migrantes), y el impresionante rio Usumacinta tomaré otra de mis fotografías. Hace tiempo que la quiero mostrar. Cómo en esta zona están intentando proteger el paso de los “monos aulladores”, con la instalación de redes que atraviesan la carretera en diferentes puntos de la misma. Llevo kilómetros pensando en el tren maya, y en su afectación al medio ambiente. La carretera por la que transito, en la que una garza maravillosa hizo una pirueta atrevida para librarse de estamparse con mi parabrisas, y en la que un halcón me observa tranquilo mientras le tomo la foto, es una trampa mortal para los animales. Tiene pocos pasos para permitir los corredores naturales de animales; sin embargo, es una artería fundamental.
En mi opinión el tren maya también es algo necesario e importante, pero en el caso de que AMLO logre doblegar a los ejidatarios (más que a los dioses), el reto será utilizar los avances de la técnica para mitigar el impacto ambiental. Es posible hacerlo, pero la corrupción y el dinero rápido, en casi todas las ocasiones dificulta que ello se logre.
Ya calmado, y con fuerzas, sigo avanzando por una carretera que me es muy familiar. Trato de llegar a “Quesos La Bretaña”, ya cerca de Escárcega; pero son cerca de las seis de la tarde y ya encuentro la tiendo cerrada. No hay duda que son los mejores quesos de la región, y para mí se ha convertido en una rutina comprar en este punto. Recuerdo a los trabajadores de Villahermosa, que me retuvieron un buen tiempo; pero ciertamente no es culpa de ellos que el Gobierno no les haya pagado. Así es la vida, y la carretera.
Empieza a anochecer y tengo que pensar qué hacer, al llegar a Escárcega. Vuelvo a llenar el tanque de gasolina y me refresco. ¿Me quedo a dormir, o sigo derechito a Bacalar, en donde me voy a instalar? Con la caída de la noche, el cansancio te derrota de una forma fulminante; pero decido seguir. Sigo mis liebres; dos carros de Tlaxcala que van ente 100 y 120 por hora, y trato de pegarme a ellos para que me señalen los topes y las curvas; pero no los aguanto hasta Xpujil… ya son muchos los kilómetros recorridos y mis reflejos empiezan a estar lentos.
Finalmente, los dejo marchar, y manejando entre 80 y 100 por hora llego a mis diez de la noche a Bacalar, en donde me esperan, siendo las once de la noche locales. Llego cansado, pero este país merece la pena ser recorrido. No hay mejor forma de conocerlo que atravesar sus paisajes y problemas por tierra.
Les deseo unas felices fiestas.
Add Comment