En las últimas semanas ha pasado de todo en relación a los migrantes centroamericanos. Donald Trump amenazó a México con cerrar su frontera, y luego dijo que siempre no, porque nuestro país se había puesto las “pilas” y estaba deteniendo “ilegales” en la frontera sur. También afirmó que se acabó la asistencia económica a los países centroamericanos porque ésta no servía de nada ya que sólo alimentaba la corrupción de las elites locales. Finalmente destituyó a la secretaría del Homeland Security Kristjen Nielsen; la cual a pesar de seguir las políticas de securitización ordenadas por su administración, al parecer no se estaba comportando con la suficiente dureza.
Antes de su renuncia el 7 de abril, Nielsen, recibió en Washington a la secretaria Olga Sánchez Cordero, que, acompañada por Tonatiuh Guillén, director del Instituto Nacional de Migración, presentaron el 28 de febrero en esas latitudes la política migratoria mexicana (si alguien me puede pasar el documento de esa política se lo agradecería). Sánchez Cordero señalaba que se tenía que documentar a los centroamericanos en tránsito, darles certidumbre y acabar con los agentes migratorios corruptos. Era un discurso conciliador, protector de los derechos humanos, bastante en la lógica presidencial mexicana de que con “amor, paz” y diálogo, todo se puede arreglar.
En días posteriores a la visita de la delegación mexicana a Washington, se alimentó el bulo de que se estaba organizando una caravana de 20.000 centroamericanos atravesando México, con la ilusión de cumplir con el sueño americano. Entonces la secretaria de gobernación señaló que se enviaría a la policía federal al Itsmo de Tehuantepec a “cazar” a los centromericanos (ya no quedó claro si los iba a documentar o no). Después que en Honduras las autoridades negasen que eso fuera real, en estos días el rumor es que ya se han arrancado unos mil migrantes organizados en una nueva caravana desde San Pedro Sula.
En estos momentos Trump cambia su posición entre la amenaza y la sonrisa amarga; pero sigue señalando con claridad que si el problema no se enfrenta de forma decidida cerrará la frontera con México y pondrá aranceles a los automóviles que México exporta (en un claro giño a sus electores). Sin importarle los daños que le pudiera hacer a su propia economía, el presidente estadounidense piensa en su reelección, e incluso relaciona la voluntad mexicana de interceptar migrantes, con la de impedir el paso de drogas hacia los Estados Unidos.
Casualmente, en los mismos días en los que Nielsen era renunciada; en México “El Economista” afirmaba que Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, se sentía ninguneado e incómodo y que el 2 de abril había presentado su renuncia. El presidente Andrés Manuel López Obrador afirmaba que todo era falso, producto de la envidia y de “mentes desocupadas”, y que Ebrard no había presentado ninguna renuncia.
Lo que es cierto, es que se lleva meses sin hablar del plan de apoyo económico que impulsó Ebrard con la CEPAL hacia Centroamérica (que es una de las propuestas estrella del secretario), y que hasta las autoridades políticas de estos países se han preguntando abiertamente, en qué quedo el plan Marshall mexicano que promete 30.000 millones de dólares para la región.
Lo que también es cierto, es que, a estas alturas, no sabemos si México ha doblado las manos frente al vecino del Norte. Una Guardia Nacional militarizada, una política de caza y captura de los migrantes y el abandono del proceso de inversión económico-social en Centroamérica es el sueño de Donald Trump. Sólo faltaría que el año que viene, que es en el que Trump se jugará la reelección, el gobierno mexicano le diese trabajo a los migrantes centroamericanos varados en la frontera norte, para la construcción del muro fronterizo con los Estados Unidos.
No hay duda que para los Estados Unidos, la actitud de México en el tránsito de migrantes y en el combate contra el narcotráfico es muy importante; pero tampoco la hay que los diplomáticos mexicanos son expertos en tratar a los estadounidenses. De hecho, en estos días, el propio Ebrard afirmó que el silencio era una estrategia.
¿Cómo abordar el problema centroamericano? No es para nada sencillo. Probablemente ni los programas de apoyo económicos regionales, ni por supuesto las estrategias de securitización del territorio arreglen a corto plazo los problemas. De hecho, sendas políticas llevan años implantándose y no han dado resultados. La cooperación económica en la región ha sido muy relevante desde el final de los conflictos armados en la década de los noventa; y también se han establecido diferentes estrategias de seguridad, algunas enfatizando las reformas policiales, y otras apostando por la militarización y la mano dura, en contra de las pandillas y del crimen organizado.
Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Belice, en su justa dimensión, y salvando sus diferencias, son estados fallidos. El crimen organizado internacional -dirigido por mexicanos- está muy presente y los tiene literalmente de rodillas. Es tan importante su poder que las pandillas locales y los caciques tradicionales se han subordinado a éste. Las políticas de repatriación de muchos delincuentes por parte de los Estados Unidos han provocado el que tanto las pandillas, como el crimen organizado tengan un constante acceso a delincuentes profesionales, que difícilmente se van a integrar a la vida nacional. La debilidad del estado, la corrupción institucional y privada y la falta de trabajo es un hecho inobjetable.
La situación amerita el calificativo de crisis humanitaria, y el tránsito de centroamericanos hacia los Estados Unidos no es nuevo, ni ha aumentado de forma dramática con la organización de las caravanas.
En los suburbios de las principales ciudades estadounidenses, desde hace muchos años, no sólo hay mexicanos, sino que hay muchos centroamericanos, cubanos, dominicanos, colombianos y venezolanos. Algunos han generado problemas, pero en su mayoría se han adaptado sin excesivos problemas, y envían remesas constantes a sus naciones de origen. En México el número de migrantes centroamericanos que se han quedado a vivir es mucho menor, sin embargo, se ha duplicado en los últimos años -y seguirá creciendo-; y el tránsito de guatemaltecos y beliceños documentados es habitual y pacífica en la frontera que se encuentra en Chiapas y Quintana Roo (también en menor medida en Tabasco y Campeche).
Ni Trump, ni López Obrador saben qué hacer con esta dinámica. Tampoco lol académicos, ni los activistas sociales, ni los ciudadanos comunes. Lo que es un hecho es que el fenómeno es una crisis regional y que frente a las necesidades de las personas no existen fronteras impenetrables. El problema de desarrollo e inseguridad centroamericano, es un problema mexicano y estadounidense. El problema de las drogas, sea en calidad de cultivo, tránsito o consumo es también regional.
Hay enfermedades crónicas que nos tratamos toda la vida y que sobrellevamos con nosotros. La diabetes, los problemas de corazón, o padecimientos mentales, por señalar algunos son gestionados de forma habitual. Este parece ser el caso de la crisis humanitaria regional. No tiene caso que los Estados Unidos o México traten de aislarse. Es imposible y la metástasis es inevitable si no se aplican las medidas correctoras adecuadas con constancia benedictina. ¿De qué nos sirven las bravuconadas de Trump, los buenos deseos de López Obrador, o el miedo y desconfianza ciudadana? Todavía voy más allá, ¿qué fue primero el huevo o la gallina? Desde México se ha acusado de forma reiterada a los Estados Unidos de tener un mercado que demanda drogas y exporta armas y delincuentes. En esta ecuación lógica también debemos integrar a nuestros países centroamericanos vecinos. Ellos forman parte de nuestro contexto regional y están íntimamente ligados a los países de América del Norte.
En medicina, se han amputado miembros del cuerpo para no infectar otras partes, pero poco a poco eso se ha tratado de evitar. En geopolítica no se pueden hacer desaparecer países, y mucho menos se debe pensar que condenando a nacionales de países más pobres se arreglará la situación. Una cosa alimenta a la otra. Mejor nos ponemos a pensar de forma activa y sin demagogias cómo gestionar una situación que no podemos evadir y que nos afecta de forma directa.
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