Covid-19: reflexiones anocheciendo desde la ventana

5 de abril 2019

¡Quédate en casa!, repite el Dr. López Gatell incansablemente. Se busca sensibilizar a la gente para que la pandemia no sea tan cruel y debastadora como lo está siendo en Italia o en España.

Aunque parezca un mensaje claro, lo cierto es que el gobierno, los politicos y la incertidumbre en general lo tornan confuso.

El gobierno señala que sí, pero al mismo tiempo que no. Nos tenemos que quedar en casa; pero conscientes de la imposibilidad de que ello se logre por la necesidad y la pobreza, se afirma que no hay toque de queda y se permite la movilidad «responsable».

Esta es una emergencia que une a ricos y pobres en la desgracia, y que no respeta las desigualdades. Los ricos trajeron el bicho con sus viajes, y son ellos los que pueden aislarse en sus casas. Los pobres son los que no lo podrán hacer y posiblemente acabarán haciendo que la pandemia se arraigue, persista y que todos: ricos y pobres sigamos expuestos en varias oleadas a este virus tan contagioso y peligroso.

A pesar de las instrucciones de la federación, alcaldes y algunos gobernadores se ponen «creativos», prohíben el paso, cortan algunas vías e instalan filtros sanitarios, en muchos casos con criterios arbitrarios y autoritarios.

Se presenta un equipo de profesionales médicos muy prestigioso, pero al mismo tiempo se encomienda al ejército y a la marina que controlen hospitales y logística.

Sin duda en una emergencia de este calibre todos los recursos del Estado deben entrar en juego para proteger de la mejor manera posible a la sociedad, pero ello está generando mensajes confusos.

Soy de los que creen que la estrategia de tener un profesional como López Gatell como vocero es acertada. Cuando lo escucho me da la impresión de estar escuchando a mi médico familiar resolviéndome las dudas y la ansiedad. Me da tranquilidad, y además siento que me dice la verdad.

La gente tiene miedo. Sin embargo, la pandemia nos está afectando a la mayoría en cámara lenta. No sucede los mismo entre los que tienen familiares afectados, ni entre los empresarios que ya están sufriendo la crisis de forma dramática.

En lo general no creemos en los números que nos presenta el Gobierno, pero es cierto que los hospitales todavía están relativamente tranquilos.

Quisiéramos que esto fuera una película de terror, que acabara en un par de horas, pero no sabemos lo que va a pasar, ni cuanto va a durar, mientras el gobierno se sigue alistando y contratando médicos y personal de enfermería.

¿Qué veo desde mi ventana? Gente que se va asustando, pero que no sabe qué creer. Mucha desinformación, a pesar de la enorme exposición a noticias a las que estamos sometidos. Rumores sobre cómo prevenir al bicho, y la esperanza de que no nos afecte personalmente.

La percepción de la gente cambia de forma diaria. En el universo en el que me muevo en la CDMX hace ya quince días que había una gran sensación de alarma y preocupación. Sin embargo, algunos, menos informados, no sabían si la cosa iba en serio o en broma.

El tráfico se relajó en intensidad, sin perderse la movilidad. Por las carreteras se circulaba sin tráfico excesivo, pero sin advertirse un flujo distinto al de un día de vacaciones.

En Bacalar la ciudad se vació de turistas y los hoteles cerraron. Sin embargo, algunos restaurantes tratan de aguantar abiertos optando por ofrecer comida para llevar.

La población toma el fresco en la calle por la noche, y a pesar de la «ley seca», que decretaron arbitrariamente las autoridades, se las arreglan para encontrar alcohol en el «mercado negro». En un paseo nocturno te encuentras varios grupos de borrachos conocidos chupando de forma colectiva.

La solidaridad se convierte en un problema para el aislamiento social. ¿Qué hacer con un conocido que toca la puerta para chapear, o que ofrece los servicios para ganarse 200 pesos? No se sabe sobre la posibilidad real de contagio, y las autoridades señalan que te cuides pero que todavía no hay casos relevantes. Dejar a un conocido sin sustento económico también es delicado y mucha gente empieza a preocuparse por el posible incremento de los robos. De hecho la actividad del crimen organizado sigue activa y los asesinatos mantienen su ritmo (la semana pasada ultimaron en Bacalar a Román Guzmán, un conocido político y líder ejidal sobre el que he escrito en diferentes ocasiones).

¿Y en la zona rural? Los borregos, las gallinas y los pavos se encuentran tan despreocupados como siempre.

Sin embargo, hay comentarios que llegaron a sus comunidades de origen varios de los que han perdido sus trabajos en Cancún o en la Rivera Maya. Y qué muchos de ellos, en lugar de quedarse en sus casas, se encuentran rolando con los cuates tomando alcohol o drogándose en la vía pública.

Por la noche, como siempre, la gente está en la calle con los chamacos, y los firulais callejeros ladrando a todo el que se acerque.

En la zona rural, por su naturaleza, hay más distancia y quizás menor posibilidad de contagio, pero quién sabe como se va a ir dispersando este bicho que tanto daño y dolor está provocando.

De momento no hay novedad desde mi ventana. Sólo incertidumbre.

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