26 de diciembre del 2018
Estoy acostumbrando a salir de bateador emergente.Usualmente sustituyo al que haga falta… y soy resultón; lo hago bien. Así he dado clases en la UDLAP, en Policía Federal, en la PGJ de la CDMX. Egdar Sandoval (el feo -para entendernos-) me puso de coordinador de observadores electorales en la campaña del 2016; y le fue con el chisme a Luis Torres de que el Barrachina no sólo escribía, también sabía operar. El otro día hasta fui a presentar un libro en la FIL de Guadalajara… y coordino el doctorado en Derecho del Campus Sur de la Anáhuac, porque no hay otro que se aviente el tiro (mientras no nombren a alguien). Lo mismo sirvo para una cosa que para otra. Lo que no me había pasado hasta hoy es que me avisaran, unas horas antes, que me tocaba llevar a unos turistas a kayakear en Bacalar.
Yo pensaba que me tocaba ir de chofer… a las cuatro de la mañana, pero la chamba era completa; me tocaba remar, mientras buscábamos los primeros rayos del sol.
Por suerte, los enamorados (una agradable pareja de tortolitos franceses), sólo hablaban francés, por lo que yo no tenía que sacar conversación. La antropóloga que lideraba la expedición se dedicaba, muy profesional, a darles explicaciones. Yo no entendía ni madres, pero los chicos estaban embelesados escuchando historias de piratas, de manglares, de cocodrilos y de pájaros maravillosos. ¡Hasta vimos a una tortuga adelantarnos!
Ignoro quien era el culpable; si la francesita que quería disfrutar del amanacer en la laguna o el francesito que le estaba bajando las estrellas, pero ahí estábamos remando en plena noche, esperando a ver por dónde salía el sol.
A las 615 vimos despegar el avión de Interjet a la CDMX, y a las 630 empezó a llover como si debíamos mejor lanzarnos al agua con jeans y chamarra (que llevábamos por eso de la heladez).
La verdad es que el agua estaba deliciosa, calentita. No salieron los ángeles a cantarnos, como me decía el mentiroso de mi abuelo cuando era niño; pero si poco poco los pájaros empezaron a romper el silencio, y el ambiente se puso «nice».
Las nubes no nos dejaban ver el sol naciente, pero los tórtolos franceses estaban fascinados; por la laguna de Bacalar, por los cuentos susurrados por la antropóloga en francés y por lo mágico del
momento. Estábamos regresando y las nubes se tiñeron de rojo y vimos finalmente salir el sol.
Fue bonito y yo ya puedo decir que hasta le hago al kayak y a la turisteada.
Como la plática era en francés no aprendí mucho, pero me lo pase muy bien. Toda una aventura.
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