“Capitán hasta de bandidos, Secretario ni de Dios”

24 de enero de 2017

Hace muchos años un coronel de ejército español, católico (ferviente creyente), me contó la siguiente anécdota. Un general con todas las estrellas posibles en sus hombreras le había pedido que él fungiera como su secretario particular. Mi amigo se puso firmes y le soltó a su general: “con todo respeto; capitán hasta de bandidos, secretario ni de Dios”. Hace poco escuché algo parecido de la boca de un general mexicano, al que un superior también le hizo una propuesta parecida, y que, como resultado de su rechazo, le hizo recorrer todo el país como castigo. Once destinos en un sexenio: ello le hizo tener la experiencia suficiente para llegar a ser un oficial muy completo.

En política, como en buena parte de las responsabilidades de este mundo, se necesita gente que haya estado sobre el terreno. Para llegar a lo más alto, hay que saber trabajar en todos los contextos, y con todas las personas, Se ha de conocer lo que se comanda, para no caer en el síndrome de “hijo de rico”, o de “noble sin corte” que acaba hundiendo la empresa familiar o su país por su alejamiento y desapego con la realidad. Este síndrome se expresa de forma clara cuando uno se cree en el conocimiento de la verdad absoluta, y cuando no se escucha a los demás. Se refleja, por supuesto, en el error.

Un académico que no haga trabajo de campo, o que no viva en su laboratorio (dependiendo del área de conocimiento), que sólo se la pase leyendo como alelado en su oficina, no será capaz de hacer de forma correcta su trabajo (a pesar de los modelos sofisticados que aplique), e incluso de las muchas alabanzas huecas que reciba por parte de los que no entienden. Lo mismo sucede en política. Los acomodaticios que sólo buscan estar cerca de los poderosos, que se instalan en el Estado mayor, y desconocen a la gente a la que han de servir, nunca servirán a nadie, y por lo tanto nunca serán útiles.

Para que un secretario llegue lejos, en este mundo de la política, generalmente debe ser un cínico. Debe mentir con la naturalidad con la que el jilguero canta; debe traicionar y cambiar de bando, según la conveniencia y la coyuntura. Debe tener la inteligencia suficiente, para saber saltar en el momento justo en el que el barco hace agua. Lo hace sin red que lo proteja y por lo tanto es muy vulnerable. Por esa razón tiene un miedo tan grande que se le atragantan las ideas entre las úlceras que va a ir formando a lo largo de su vida. Sabe que es prescindible y por eso se apura para ganar mucho dinero en el tiempo más corto posible. Quien sabe cuánto tiempo será favorecido por los astros. Ya se sabe: “el que no transa, no avanza”. El secretario metido a burócrata tiene mucho miedo, es desconfiando, porque ha visto a su sombra traicionarse a sí misma. Se inventa enemigos imaginarios, y crea enemigos poderosos, casi sin darse cuenta, que acabarán enterrándolo con una sonrisa en los labios.

Un político debe tener el respaldo de las bases. Las estructuras partidarias, o sociales son básicas para consolidar una carrera. Un verdadero servidor público debe conocer a sus representados, y debe trabajar, como su líder y como su capitán. Son éstos los únicos políticos que perduran a lo largo de los años. Los que se mezclan, los que tienen partidarios. Los que se entregan al servicio público en mayúscula. Esto no quiere decir que estén libres de pecados, pero sin duda tienen muchas más posibilidades de servir a la gente, conociendo sus necesidades, y negociando con ellos; que los que optan por caminos más alejados de la vocación de servicio.

En nuestro sistema político, desgraciadamente, hay un gran alejamiento de los políticos en relación a su realidad social.

Lo he señalado en diferentes ocasiones: Luis Torres Llanes es una excepción. Ganó ampliamente las elecciones porque era un candidato cercano, querido y poco engreído. Quizás no tenga todas las herramientas para hacer el mejor gobierno posible; pero es un verdadero capitán. Es un líder con apoyo ciudadano claro, y trata de responder a esa encomienda con los medios personales y materiales que tiene a su alcance. A pesar de ello, los iluminados que se creen aristócratas, se ríen de él y le llaman “ranchero”.

Pobres diablos, no entienden, ni entenderá. El capitán se compromete con su gente, y eso le genera lealtades. Sin su participación, es muy difícil contar con el favor del pueblo. El cínico y el mentiroso cultiva enemigo, y eso, para el que vive de la política y no tiene respaldo; ni en las estructuras, ni entre los “señores”, ni mucho menos entro los antiguos jefes a los que traicionó es un gran pecado que se acaba pagando caro. Por eso tiene miedo.

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