La Universidad de Quintana Roo se encuentra en zona de frontera entre México y Centroamérica. Entre nuestros planes de estudios contamos con las licenciaturas de Relaciones Internacionales, Gobierno y Gestión Pública, y una Maestría en Ciencias Sociales Aplicadas a los Estudios Regionales (que comprenden la zona sur-sureste de México, Centroamérica y el Caribe). Una de nuestras misiones como universitarios es ser capaces de eliminar las fronteras, sobretodo las mentales, que separan nuestros pueblos, y transmitir a nuestros estudiantes la visión de que más allá de nuestro espacio existen personas iguales que nosotros. También debemos enseñar a no tener miedo de lo desconocido, por el mero hecho de que cuenten historias, en la mayoría de los casos exageradas, y a ser prudentes y al mismo tiempo fuertes cuando la vida se nos presente complicada: los viajes de estudios son excelentes oportunidades para poder lograr que se forjen alguno de estos objetivos en el carácter y la mentalidad de nuestros estudiantes.
Esta crónica no tiene el objetivo de reflexionar sobre las bondades de los intercambios educativos, puesto que en otras ocasiones podemos platicar sobre ello; se redacta con la idea de explicar las dificultades que el proceso de integración mesoamericano todavía presenta para el circular de los mexicanos por la región. A pesar del “Proyecto Mesoamericano”, conocido anteriormente como “Plan Puebla-Panamá”, y el esfuerzo por mejorar la infraestructura de las carreteras, la verdad es que todavía hace falta mucho por avanzar en el funcionamiento de las fronteras, y sobretodo en el de las aduanas. Es necesario que éstas funcionen con políticas previsibles, y permitan que se pueda realizar un intercambio académico y turístico fluido por la región. Es pues central en esta explicación señalar los problemas que se encuentran, con el ánimo de contribuir a identificar los aspectos que deben mejorarse en el proceso de integración regional. También en ese sentido los universitarios debemos contribuir a “romper” las barreras, en este caso no sólo las mentales, para que el mundo que habitamos, compuesto por personas como nosotros, se nos presente más amable y cercano a pesar de las diferencias.
La primera crónica viajera nos remite al viaje que organizamos en el año 2007 a la Universidad Francisco Marroquín y a la Rafael Landívar en Ciudad de Guatemala, y a la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), en Tegucigalpa con una treintena larga de estudiantes. Fue días antes de las vacaciones de abril, y nos tomó cerca de una semana el periplo. En Guatemala tanto estas Universidades, como la embajada mexicana nos habían preparado unas conferencias, y aprovechamos para visitar las ruinas arqueológicas de Tikal, y la Ciudad de Antigua en Guatemala. En Honduras la UNAH, la embajada de México y el ejército hondureño nos organizaron unas conferencias muy interesantes para nuestros estudiantes, con académicos y diplomáticos de primer nivel (además el ejército nos prestó unas instalaciones en una de sus escuelas para que nos pudiéramos alojar gratuitamente); posteriormente tuvimos ocasión de visitar las ruinas arqueológicas de Copán y la hermosa zona turística de “Valle de Ángeles”.
El paso de las fronteras en el viaje de ida fue relativamente tranquilo. Belice tiene una infraestructura y un cuerpo de funcionarios muy profesional y previsible, y no nos presentó ningún problema, salvo los lógicos de la revisión de las maletas y los pasaportes. Cuando llegamos a Guatemala por Melchor de Mencos tampoco tuvimos ningún problema, y pudimos ingresar con nuestro autobús sin ningún contratiempo, obteniendo un permiso de un mes para circular por el país. Éste nos fue retirado al entrar a Honduras unos días después. Entramos a este país por la frontera de El Florido, que se encuentra a las puertas de Copán. Fueron varias las razones; en primer lugar veníamos de Ciudad de Guatemala, y esa ruta nos convenía más, entrábamos por Copán y ello nos permitía visitar las ruinas, y después seguir camino hacia Tegucigalpa, y en tercer lugar, nos permitía “esquivar” la aduana de Puerto Cortés, que es normalmente la ruta más corta para adentrarse en Honduras. Ese paso fronterizo sufrió en los últimos años una modernización espectacular, gracias al Plan Puebla Panamá, y cuenta con una carretera en excelente estado, además de un puesto aduanal que ya quisieran muchos pasos fronterizos; sin embargo sabíamos por experiencias pasadas que la corrupción en ese punto era grave, y que nuestra entrada por allí hubiera hecho demorar nuestro paso un día, pagando unos derechos de paso de más de 150 dólares americanos. Por la entrada de El Florido sabíamos que se cobraba la tarifa oficial de 25 dólares para internar un automóvil mexicano, y por allí nos adentramos. Nuestra sorpresa se dió cuando llegamos a la frontera y nos comentaron que a pesar de que el horario en el que se cerraba la aduana era a las seis de la tarde –todavía eran las cinco y quince-, no nos podían atender porque ya no estaba abierto el puesto aduanal. Gracias a que una de nuestras estudiantes de la maestría trabaja en la Secretaria de Relaciones Exteriores de Honduras, las agentes de la aduana “nos atendieron”, y pudimos pasar sin ningún otro problema.
El regreso sin embargo se nos complicó sorpresivamente, por el cambio de una funcionaria de Puerto Barrios en Guatemala, que recientemente había sido nombrada subdelegada de la aduana. El paso fronterizo y la oficina de la autoridad citada se encuentran a unos 25 kilómetros de distancia. En otras ocasiones anteriores yo había pasado sin problemas. Se recorre la excelente carretera que viene de Puerto Cortés, y que habíamos evitado en la ida por el asunto de la corrupción en Honduras, y llegando al puesto fronterizo normalmente te señalaban que es obligatorio acercarse hasta la aduana que está en el centro de Puerto Barrios, pagar los derechos, que no son superiores a los siete dólares, y con la autorización volver a circular por Guatemala sin problemas. En esta ocasión sin embargo las cosas se complicaron. A pesar de que en Melchor de Mencos, unos días antes no habíamos tenido ningún problema para entrar en Guatemala con el vehículo de la Universidad, en esta ocasión la subdelegada nos señalaba que sin autorización notarizada de que la Universidad nos prestaba el vehículo, no podíamos regresar a México. Además debía dejar a los estudiantes en una carretera a 25 kilómetros de la ciudad para poder ir a “dialogar” con la funcionaria. Gracias a un ardid conseguimos que a cambio de dejar nuestro carnet de la Universidad en la frontera, pudiéramos pasar a los estudiantes, con la excusa de que necesitaban almorzar y acercarnos con el autobús (nos estaban indicando que sólo el conductor del autobús y yo debíamos ir a Puerto Barrios pagando un taxi). La citada funcionaria tardó varias horas en recibirnos, y finalmente después de más de una hora de dura negociación se dejó convencer que en mi calidad de Secretario de Posgrado de la División de Ciencias Políticas de la UQROO, y por lo tanto como autoridad universitaria, el autobús era de mi propiedad y no necesitaba permiso del señor Rector notarizado. Tomada la decisión fuimos a pagar los siete dólares a un banco, porque la subdelegada no podía aceptar el dinero; sin embargo en éste no tenían clave para que pudiéramos depositar el dinero porque no teníamos registro fiscal en Guatemala, por lo que perdimos una hora más de tiempo para finalmente, después que uno de los empleados nos prestó su registro fiscal, emprender el regreso sin más contratiempos hacia Chetumal.
La segunda crónica se refiere al viaje que este año 2008 hicimos al IV Congreso Latinoamericano de Ciencia Política en Costa Rica. Este viaje fue mucho más rico en experiencias aduanales puesto que tuvimos que atravesar Belice, Guatemala, Honduras, y Nicaragua, para finalmente llegar a Costa Rica. A principios de agosto salimos con 66 estudiantes y dos autobuses de Chetumal, esta vez con todos los papeles y permisos notarizados. Como siempre la frontera con Belice fue tranquila, y la entrada por Melchor de Mencos en Guatemala no presentó mayor inconveniente. La aventura nuevamente empezó en Honduras. Para evitar la famosa aduana de Puerto Cortés tuvimos que desviarnos hacia la de El Florido, que ya habíamos visitado el año anterior. Este desvío suponía unas seis horas suplementarias, que se convirtieron en algunas más por culpa de los funcionarios de Honduras. Un autobús llegó a las cinco y quince –es nuestra hora favorita para llegar a las fronteras-, y el segundo entorno a las seis. Los funcionarios ya se habían retirado desde las cinco de la tarde, a pesar de que el horario de cierre es las seis de la tarde. Nuevamente tuvimos que recurrir a los buenos oficios de nuestra estudiante hondureña, que acompañada por un policía, al que le tuvimos que pagar el correspondiente refresco de veinte dólares, tuvo que ir a la casa de la agente aduanal para que nos permitiera el paso. Después de las negociaciones, alrededor de las diez de la noche, y con una importante tromba de agua cayendo sobre nosotros emprendimos nuestro camino muy lentamente por las condiciones de la carretera. Tras descansar cuatro horas en un hotel en Comayagua, cerca de la capital de Honduras seguimos ruta y conseguimos pasar la frontera de Nicaragua sin excesivos contratiempos. El problema nos los encontramos cuando llegamos a la frontera de Nicaragua con Costa Rica, que a pesar de que pensábamos que estaba abierta las veinticuatro horas del día, sin embargo cerraba a las nueve de la noche. Tuvimos que pasar esa madrugada esperando el amanecer bajo una tormenta de agua bastante intensa, que disfrutamos todos juntos en el único bar abierto en muchos kilómetros a la redonda, para que a las seis de la mañana se abrieran fronteras y aduanas, e iniciáramos nuestra “tortura” particular de tramitadores, y demás parásitos del lugar. A las diez de la mañana, después de pagar todo lo requerido, pudimos adentrarnos en Costa Rica, para llegar sin mayor contratiempo a San José a las tres de la tarde, y participar en el Congreso.
El regreso fue otra aventura digna de ser reseñada. Salimos a las 10 de la noche de San José, capital de Costa Rica, para poder estar a primera hora de la mañana en la frontera con Nicaragua. Así lo hicimos y a las cuatro de la madrugada estábamos haciendo nuestra respectiva fila muy disciplinados en la frontera. La “tortura” duró nuevamente hasta las diez de la mañana. En esta ocasión, a parte de volver a encontrarnos con los tramitadores, y los problemas cotidianos de las fronteras que no están gestionadas por el Estado de forma correcta, quisieron desmontar hasta las láminas de nuestro autobús para ver si llevábamos droga. Menos mal que a alguien se le ocurrió que los policías tenían “sed”; y tarde, pero más vale tarde que nunca, les pagamos unos refrescos, en este caso un poco más caros que los hondureños, y pudimos seguir nuestro camino sin mayor problema. De hecho el único que tuvimos en Nicaragua fue el de la policía, que tanto de ida, como de regreso, gustó de los colores como iban pintados nuestros autobuses y nos detuvo para que les invitásemos a otro refresco. La salida de Nicaragua hacia Honduras fue tranquila, ya que esa frontera estaba abierta las 24 horas del día, y pudimos transitarla pagando las tarifas que marca la ley.
Nuestra última aventura fue volver a enfrentar a nuestra vieja “amiga” en Puerto Barrios –todavía sigue en el puesto-. En esta ocasión íbamos armados con toda nuestra documentación notarizada, y no tuvimos mayores contratiempos. Los estudiantes se quedaron con uno de los autobuses en la carretera donde se sitúa la frontera, y los chóferes y yo nos fuimos a “dialogar” con la subdelegada. Por suerte, ésta debía tener el día libre porque no tuvimos ningún problema; no la vimos, y pudimos pagar los siete dólares al funcionario de turno. La sorpresa fue tan grande y agradable que nos fuimos a un restaurante de comida rápida, el “Pollo Campero” a cenar, mientras a nuestros estudiantes se los comían los mosquitos en la frontera. Al día siguiente visitamos Tikal y ya regresamos con tranquilidad a Chetumal.
Estas situaciones no deben desanimarnos, ni deben conducirnos a pensar que no merece la pena “embarcarse” en estas “aventuras”. Especialmente los universitarios tenemos el deber de luchar por cambiar nuestro mundo más cercano, denunciando las situaciones, señalando las cotidianidades que son absurdas, y mostrando fortaleza, inteligencia y prudencia en las situaciones complicadas. Una de las misiones de la Universidad de Quintana Roo en estos tiempos tiene que ver con su situación geográfica, y con un proceso político complicado e interesante, que ha trascendido sexenios, como el que representa el “Proyecto Mesoamericano”. Debemos de ser punta de lanza del proceso de integración, y contribuir a que México se entrelace en igualdad de condiciones en la región. La tarea del universitario a veces no es sencilla, porque supone nadar contra la corriente, pero siempre es positiva y útil, porque al final del túnel que recorremos con nuestro pequeño foco, siempre se encuentra la luz del día que debemos perseguir. En relación a la formación de nuestros estudiantes, sólo enfrentando la vida y sus circunstancias se forjan las personalidades. En este sentido los maestros no enseñan sólo en el aula, sino también sobrellevando las situaciones que se presentan. Los viajes de estudios son oportunidades excelentes para que los estudiantes aprendan tanto de las buenas, como de las malas reacciones de sus maestros responsables. De todas ellas podrán sacar experiencias que les marcarán el resto de sus días.
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