6 noviembre 2017
Puigdemont dice que está luchando por la democracia en Catalunya. Los partidos soberanistas levantan su voz por la libertad de los presos políticos.
¿Dónde estaban estos demócratas cuando se violaban de forma sistemática los derechos de la mayoría de los catalanes? ¿Cuándo, defendieron éstos, de ataques xenófobos explícitos e implícitos a los miles de catalanes que no estaban de acuerdo con SU “procés”, o que no tenían el “acento” adecuado para ser considerados catalanes según sus estándares de pureza?
El nacionalismo catalán durante muchos años ha hecho de la victimización una especie de arte sublime (Jordi Pujol inició con bastante destreza la tradición). Durante años los casos de corrupción en Catalunya, de abuso de poder, y hasta sus propias pesadillas o remordimientos han sido culpa de otros. La invención de la historia, los delirios de grandeza y el accionar faccioso y en muchos casos fascista han sido sistemáticamente escondidos bajo la alfombra del olvido. Un señalamiento en esta dirección, era respondida con acusaciones de incomprensión, de envidia por parte del denunciante, o con otro tipo de amenazas, que pasaban por la retirada del apoyo electoral en Madrid. Los partidos “constitucionalistas” eran muy sensibles a esta amenaza por la importancia de los nacionalistas catalanes en el equilibrio de fuerzas en España.
Puigdemont y los soberanistas son unos cínicos cuando hablan de persecución política, de defensa de la democracia; e incluso cuando se inventan la idea de un gobierno exiliado, tratando de rememorar los tiempos posteriores a la Guerra Civil española.
Cultivaron y sembraron el odio durante años, y ahora lo están agitando sin empacho, porque por primera vez, los partidos “constitucionalistas” no han respondido de forma complaciente, como quería un “Govern” profesional del chantaje, que en esta ocasión se precipitó por que fue forzado por una CUP radical e irresponsable.
Es obvio que, frente a una declaración de secesión unilateral, los líderes de los diferentes partidos “constitucionalistas”, no iban a ponerse a aplaudir la acción. Es comprensible que ante acciones que quebrantan la legalidad, el poder judicial haya respondido aplicando las medidas que se encuentran reguladas y previstas en la legislación que aprobamos los catalanes en su tiempo.
¿Presos políticos? ¿Quién? ¿Los miles de ciudadanos sometidos al capricho y a las mentiras e invenciones de los nacionalistas catalanes? Los líderes del Govern sabían lo que estaban forzando, y han conducido a la sociedad catalana a un callejón de difícil salida, elevando la tensión a un punto, que únicamente la existencia de amplias clases medias puede evitar que acabe en violencia. ¿Es ésta una acción pacífica como señala Forcadell?
No va a ser sencillo rebajar la agresividad en los argumentos, en unos y otros, y ello tiene responsables, que no quisieron buscar en ningún momento una alternativa política integradora. ¿A quién se le ocurre empujar a más de la mitad de los catalanes a un proceso de independencia no deseado? ¿Si lo que se buscaba era profundizar en la democracia, por qué no se escuchó la voz de los que pensaban de forma diferente?
Catalunya se encuentra dividida prácticamente en dos mitades, por acciones artificiales e intencionales; eso exige que se asuman responsabilidades políticas, y en el caso en el que sea ajustado a derecho, responsabilidades penales. Es por esa razón, entre otras, que se llama “Estado de Derecho”.
Estoy de acuerdo en que la solución deseable sólo puede ser política, pero en estos momentos, entre todos lograron que ésta sea muy complicada en el medio plazo.
Es muy probable que casi todos los catalanes acudamos a las urnas (espero que los consulados generales estén preparados para la ocasión), y es más que previsible que la sociedad vuelva a dividirse en mitades, ganando por un escaso margen un sector o el otro.
Los políticos deberían de dejarse de soberbias, lloriqueos y victimismos y tratar de llegar a acuerdos que logren gestionar esta situación tan compleja. Las responsabilidades legales se deben asumir. Si se fue valiente para forzar la violencia política explícita e implícita, hay que ser consecuente para asumir las consecuencias de romper la convivencia de una sociedad. ¿Presos políticos? Los ciudadanos a los que les han complicado la vida, y a los que les han dificultado cínicamente la convivencia son los verdaderos presos políticos de una clase política caprichosa y autoritaria. La acción política tiene un costo y éste debe ser asumido con dignidad. Esperemos que con el tiempo los diferentes sectores se den cuenta de que deben privilegiar la búsqueda de la convivencia. En otro caso, vienen por delante unos cuantos años muy complicados.
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