7 de marzo de 2018
“The fog of War” es una de las prevenciones que han tenido que tener en cuenta los grandes generales en sus batallas, para no ser derrotados por un error absurdo. El humo de la batalla, las mañanas frías y húmedas, la lluvia o las noches cerradas son aliadas de la confusión que se genera entre las tropas enemigas. Es muy sencillo equivocarse, o engañar al enemigo con estrategias falsas y con triquiñuelas. Un buen estratega crea artificios y trata de desviar la atención. Especialmente cuando se siente acorralado, y su única posibilidad es crear una ficción que sea creíble para el adversario.
Que la política, especialmente cuando de elecciones se trata, es una guerra sucia (en ocasiones mucho), no es un secreto para nadie. El día de ayer, en el programa “Zona pública”, precisamente yo me preguntaba, qué tanto resultado daría, en un electorado cansado, agotado y con ganas de que las cosas cambien, la batalla entre los asesores de Meade y Anaya, por desacreditar al adversario. AMLO debe estar feliz, y sólo contribuye a azuzar un poquito el fuego, cuando éste parece relajarse. En mi opinión el hartazgo de la gente puede llevar a un punto, en que por muy sucios que sean los ataques a Meade, a Anaya o al propio AMLO, difícilmente los temas personales, modifiquen la percepción de un pueblo que quiere un cambio en hacer las cosas. Es muy probable, aunque los medidores de percepción pública lo saben mejor, que pocos alteren sus preferencias en base a esta estrategia. Sólo un gran cataclismo pudiera a estas alturas modificar las encuestas. A pesar de que en política nada esté escrito, se me antoja complicado.
Si AMLO gana no va a ser por sus estructuras territoriales, va a ser por el hartazgo de la gente, y por la esperanza de muchos ciudadanos de que las cosas cambien para bien. Carlos Joaquín González derrotó en Quintana Roo a las estructuras y a los grandes recursos económicos priistas, no por el gran número de integrantes en su equipo de campaña; ni siquiera por la estrategia de sus publicistas. La ganó porque fue percibido como un buen candidato, al igual que otros de los que le acompañaron en la contienda (entre ellos Luis Torres Llanes). La gente que salió a las calles en el sur del estado de Quintana Roo, no fue inspirada por estructuras mercenarias que se venden al mejor postor; lo hizo porque deseaba un cambio político, y veía en sus candidatos una posibilidad creíble de que ello fuera posible.
El cambio político, lamentablemente, no es como darle al interruptor para prender la luz; es algo más complejo que necesita contar con colaboración ciudadana. Cuando no hay buenos candidatos, la única manera de crear estructuras es “comprarlas”. La gente espera algo a cambio, de quien saben, no obtendrán nada cuando el proceso electoral concluya. Ese era el modo de actuar del antiguo PRI. Como se vio en Quintana Roo, en cuanto el recurso se acabó, todos abandonaron el barco, y salieron corriendo hacia donde el viento les indicara. Sin ilusión o buenos candidatos el interés momentáneo prevalece.
El ejemplo más claro de esta forma de actuar lo encontramos en las famosas redes de Ovando. Es cierto que el ex senador chetumaleño supo cuidar a lo largo de los años sus relaciones y sus complicidades. Supo hacerlo al estilo priista, y mantuvo interesantes apoyos entre militantes priistas. Sin embargo, cuando se pasó a MORENA y anunció que le seguían diez mil personas, no sólo se voló la barda, sino que jugó a la simulación y a la confusión. Quizás algunos le creyeron, pero cuando se presentó con unos poquitos en la visita de AMLO a Cancún quedó expuesta la realidad. Había imaginado y vendido los números, pero ni siquiera la promesa de una vida mejor con MORENA (especialmente en el aspecto material), consiguió movilizar a sus supuestas huestes.
El mito de las estructuras es una vieja estrategia priista. Mercenarios pagados, en el caso de que existan, no son estructuras confiables, y son muy perceptibles de cambiar de rumbo si reciben una oferta mejor, o si sienten una ilusión real. Un grupo de prostitutas flamencas dijeron un día, susurrando al oído de un Rubens joven, en una fiesta medio íntima, que se presume de lo que carece. El impacto del comentario quizás, quien sabe, inspiró al artista barroco en su forma futura de pintar. No hay pues que presumir, porque sin pruebas, todo se presenta como un engaño y eso puede ser contraproducente. En la guerra sucia todo se vale, incluso no respetar las reglas del árbitro. Se vale inventar, simular, echar mierda y morder la pierna del enemigo. La niebla que se genera en el combate, en ocasiones, puede ser útil; pero el clima es caprichoso, y de repente puede aclarar, dejándonos al descubierto. Es por ello que es muy recomendable ser prudentes, y que dicen que la política es el arte del pacto. De saber acordar cuando todavía es tiempo; porque frente a la victoria rotunda, la piedad con el enemigo evidenciado no es algo recomendable, ni probable.
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