21 de diciembre 2019
Hace días que quiero escribir sobre los peligros de las calles y carreteras en México. Ayer emprendí mi acostumbrado regreso por tierra a Chetumal.
Viajar en carro es hermoso. Ayer el Pico de Orizaba se veía especialmente despejado. A la altura de Cuitlahuac había un accidente. Tres camiones de carga, tres camionetas de pasajeros y tres carros se impactaron y cortaron la autopista. Dice el twitter que no hubo heridos de consideración y que sólo se reportaron algunas personas con crisis nerviosas. Yo tuve que seguir puebleando…. y poco más de una hora después iba tendido a comer en «El Capi», un restaurante muy recomendable cerca de Cosamalopan y de la cuenca del Papaloapan.
No estamos acostumbrados a campañas de cultura vial, como si lo están en otros países. En Quintana Roo han aumentado los muertos en accidente de tráfico de 95 en 2015 a 155 en 2019. En la Ciudad de México y las vías cercanas a la ciudad todo el rato te encuentras con personas accidentadas.
Es realmente complicado navegar entre combis, automovilistas muchas veces irresponsables y algún que otro urgido que cabalga con prisa en motocicletas que parecen proyectibles. En verdad, son necesarias las campañas de educación vial. Yo sé que en la selva como en la selva, pero se viviría mejor con tantita prudencia.
Y yo, sin embargo, no niego la cruz de mi parroquia y me sigo lanzando en mi carrito a recorrer carreteras, disfrutar paisajes y tratar de ver con otros ojos los diferentes rumbos.
Ayer seguía la venta de loritos cabeza amarilla en el puesto de Tonalá … en la frontera entre Tabasco y Veracruz, y seguían mirándose federales sin el brazalete de la Guardia Nacional.
A mí me sigue gustando manejar entre las cumbres, y llegar a las pistas veracruzanas y ahora internarme en la selva chiapaneca, en un camino pausado hacia La península de Yucatán.
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