Resumen
La pandemia del COVID-19 plantea una oportunidad de negocio para el crimen organizado, que va a buscar satisfacer la demanda de estructuras de apoyo a través de México, para que los migrantes centroamericanos sigan desplazándose y cruzando hacia los Estados Unidos. En los próximos meses se visualizará si los Estados Unidos y México tienen las capacidades suficientes para atender la pandemia, y continuar con la política de neutralización de los migrantes en tránsito. Los Estados Unidos han reconocido la fuerza y la oportunidad histórica que tiene el crimen organizado, y centrándose únicamente en el narcotráfico, están tratando de responder a esta amenaza desplegando un importante número de fuerzas militares tanto en el Caribe, como en el Pacífico.
En el momento en que se escriben estas líneas, a siete de abril del 2020, en los Estados Unidos se han reconocido 385.093 contagios de COVID-19 y 12.197 fallecidos. En México 2,439 casos y 125 muertos. En Honduras 298 y 22; en El Salvador 78 y 4; en Guatemala a 77 y 3; en Belice 7 y 1 y en Nicaragua 10 y 1.
El día 11 de marzo del 2020 la Organización Mundial de la Salud declaró al COVID-19 oficialmente como pandemia. Ese mismo día el presidente de El Salvador Nayib Bukele, a pesar de no contar con casos de enfermos que hubieran dado positivos, declaró que no se permitía desde ese momento que entraran extranjeros a su país. El día 15 decreta el cierre de las fronteras y el 18 se impiden las operaciones de transporte de pasajeros en el importante aeropuerto internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, que es utilizado por diferentes compañías aéreas como plataforma de transbordo de vuelos en Centroamérica. El 22 de marzo, ya con 3 casos confirmados, inicia este país su cuarentena y las autoridades detienen a 112 personas por no respetar la misma.
Honduras tampoco tardó mucho en reaccionar. El día 15 Juan Orlando Hernández decretó el cierre de sus fronteras, excepto para el regreso de connacionales. Ya con 6 casos positivos, ese mismo día se determina declarar el estado de sitio y la cuarentena. Dos días más tarde Guatemala sigue los pasos, en ese momento con 6 casos y un fallecido; procediendo a cerrar las fronteras aéreas, terrestres y marítimas. A pesar de no presentar ningún caso positivo Belice hace lo propio el 21 de marzo.
Detrás de todas estas acciones se encuentra el miedo al colapso de un casi inexistente sistema de salud, pero también un autoritarismo populista poco disimulado de buena parte de los mandatarios de la región. A partir de este aislamiento es realmente muy complicado conocer con certeza la verdadera expansión de la epidemia en estos países, aunque el periodismo independiente y las redes sociales no han sido limitados hasta la fecha y con seguridad darán cuenta de un posible colapso de los sistemas de salud, si desgraciadamente la situación se complica.
México y Nicaragua han seguido estrategias distintas. Ninguno de los dos países ha cerrado de forma completa sus fronteras, ni ha declarado un estado de sitio militarizado.
México ha diseñado una política gradual, que ha sido criticada por diferentes sectores sociales, especialmente por las excentricidades de un presidente muy contradictorio. Sin embargo, el gobierno ha tratado de aportar certeza y transparencia de forma diaria, a través de las ruedas de prensa del sector salud, cuyo portavoz es el doctor Hugo López Gatell, que ha sabido ganarse el reconocimiento de una gran mayoría de mexicanos.
Se ha tratado con esta estrategia gradual limitar las graves consecuencias sobre la economía que esta pandemia va a traer. Se ha tenido muy presente que los sectores sociales en situación de pobreza y las clases medias de muy escasos recursos, difícilmente pueden cumplir con una estrategia de confinamiento extremo. Finalmente, se ha solicitado el apoyo de la gente, aportando información a través de las ruedas de prensa, para que éstos se queden en su casa y guarden medidas sanitarias básicas para retrasar en lo posible el contagio masivo y el colapso del sistema de salud.
El gobierno nicaragüense ha hecho caso omiso de cualquier recomendación de la Organización Mundial de la Salud, así como de las experiencias que están sufriendo otras naciones en el mundo. Daniel Ortega no ha aparecido en público, excepto para recomendar a la población, abusando del humor negro, que la mejor prevención que podían asumir era la de huir a Costa Rica y utilizar los servicios de salud de ese país. Rosario Murillo, su esposa y vicepresidenta, ha asumido la responsabilidad del gobierno y ha lanzado una política que convoca a la gente a permanecer en la calle, y organiza concentraciones como la que tuvo lugar el 14 de marzo bajo el lema “Amor en tiempos de COVID-19”. La idea de desplazarse a Costa Rica ha sido tan interiorizada, que el 26 de marzo se tuvo que movilizar al ejército nicaragüense para impedir la salida de connacionales por pasos ilegales hacia la nación vecina.
En estos momentos todo indica que el gran foco de infección regional se encuentra en los Estados Unidos. La pandemia se expande tan rápido que ello no es muy relevante. De hecho, varios se preguntan el cómo puede ser que una frontera política condicione números tan disimiles de contagios entre naciones vecinas. Quizás esa diferencia no es tan real, y sea la falta de pruebas de contagio lo que pudiera hacer que los números de enfermos en México y en Centroamérica, sean tan discretos, en comparación a los Estados Unidos. A pesar de ello, lo que es cierto es que ni los sistemas de salud de México ni de los países de la región, han experimentado la fuerte sacudida negativa que han recibido varias zonas de la unión americana.
La relación de los Estados Unidos con la región es de ida y vuelta. En buena medida el mercado estadounidense de las drogas y la libre disposición de armas en ese país es el que ha alimentado a los grupos del crimen organizado. También la política de repatriación de centroamericanos acusados por diferentes delitos hizo aumentar de forma muy relevante el número de delincuentes en la región. En las últimas semanas las críticas que ha recibido el presidente Trump en relación a reducir las detenciones de migrantes, para no aumentar la población y contagios en los centros de detención, ha llevado a un nuevo endurecimiento de la posición del gobierno estadounidense frente a los migrantes.
Unido a la política “Remain in México”, que desde hace aproximadamente un año mandata que los migrantes centroamericanos tengan que esperar la resolución de sus solicitudes de asilo en México; existen noticias de que las autoridades estadounidenses están repatriando a mexicanos y centroamericanos sin seguir los protocolos adecuados en este momento de pandemia. Ello puede convertirse en un factor de dispersión del virus, en el caso de remitirse migrantes infectados, sin haberles brindado la atención médica oportuna.
Desde el 18 de marzo Trump rechazó la entrada al país de solicitantes de asilo, y desde el 21 decretó el cierre parcial de la frontera entre los Estados Unidos y México. Por otra parte, se suspendieron las actividades de los juzgados, por lo que el aproximado de 60.000 centroamericanos que están esperando sus resoluciones en diferentes puntos del norte y del sur de México, tendrán que seguir haciéndolo en condiciones muy precarias, y de gran vulnerabilidad frente a la epidemia. En muchos albergues en México empieza a cundir la preocupación, por no existir las condiciones ni los espacios para poder atender a migrantes enfermos.
El cierre formal de las fronteras no tiene mucho efecto en la voluntad de migrar de muchas personas, como se está mostrando en diferentes partes del mundo. Cada día se desplazan cientos de migrantes hacia los Estados Unidos a través de México, cruzando las porosas fronteras de la región. El crimen organizado es un actor relevante en este tránsito. La gran pregunta es, cuál será la capacidad que tendrán los Estados Unidos y México para gestionar la crisis generada por la pandemia, y al mismo tiempo seguir con sus políticas de neutralización de la migración.
Los migrantes no se desaniman por la gran presencia del virus en los Estados Unidos, o por la previsible fuerza que pueda adquirir en México. Por una parte, como todos nosotros, tienen la esperanza de que sea pasajera la situación; y por otra saben que los sistemas sanitarios en todos sus países de origen son muy débiles, y que una situación sanitaria complicada no se va a superar de una mejor forma en sus lugares de origen que en el camino hacia el norte. Paradójicamente, a pesar de que el pico de la epidemia se encuentre en estos momentos en los Estados Unidos, si éste se eleva en Centroamérica, serán los familiares que se encuentran en los Estados Unidos o Europa, los que pudieran promover la movilidad a un espacio más seguro.
El pasado 25 de marzo en toda la ruta carretera desde la Ciudad de México a Chetumal, utilizada de forma habitual por los migrantes y por el crimen organizado (especialmente a partir del paso de Chiapas hacia Veracruz, y desde Tenosique hacia Villahermosa), únicamente en el acceso al estado de Campeche, ya superados estos puntos críticos, había un puesto de información sobre la pandemia. No había ningún control en toda la ruta.
México no ha querido decretar el estado de sitio, ni ha restringido de momento el tránsito vehicular. En los últimos días, sí ha sucedido que algunos presidentes municipales, han instalado puntos de control sanitario en los accesos a algunas ciudades, o incluso han decretado “toques de queda”; sin embargo, éstos, que pueden disuadir a ciudadanos comunes, poco pueden hacer para detener al crimen organizado que traslada migrantes hacia la frontera de los Estados Unidos.
El presidente estadounidense tiene claro que el crimen organizado va a tratar de aprovechar esta oportunidad. De hecho, señaló en los medios de comunicación, que había recibido alertas del sistema de inteligencia, que aprovechándose de esta coyuntura, diferentes grupos iban a aumentar el tránsito de drogas hacia los Estados Unidos. También se ha publicado en medios de comunicación que los servicios de inteligencia europeos advierten de esta situación en el caso de Europa.
Identificada esta amenaza, Trump ofreció una recompensa de 15 millones de dólares a quien entregara información para facilitar la captura de Nicolás Maduro, y afirmó que doblaría la presencia militar tanto en el Caribe, como en el Pacífico, para tratar de impedir el tránsito de drogas. En Venezuela se señala que la movilización militar estadounidense, que inició el 1 de abril, y que ahora sí plantea una clara amenaza al régimen bolivariano, responde a una distracción sobre el efecto de la pandemia en los Estados Unidos.
¿Cuál es el verdadero objetivo de Trump? Es difícil de adivinar, porque pueden ser varias las razones de esta movilización; sin embargo, su argumento apoya la hipótesis que se presenta en este análisis, en relación a que el crimen organizado va a seguir operando durante la contingencia y va a tratar de seguir impulsando sus diferentes actividades delictivas.
El crimen organizado no sólo mueve drogas. Son múltiples las actividades en las que están haciendo negocios. La trata de personas y el movimiento de migrantes hacia los Estados Unidos son algunas de esas actividades y son las que interesan en esta reflexión.
¿Qué capacidad van a tener los Estados Unidos y México en este contexto, para seguir manteniendo una política de neutralización tanto de los diferentes grupos delincuenciales, como del paso de migrantes en los próximos meses? De momento el número de homicidios por la violencia derivada de la tensión entre grupos criminales no ha descendido en México y ello preocupa al presidente Andrés Manuel López Obrador, que hizo recientemente un señalamiento claro al respecto al secretario de seguridad Alfonso Durazo.
Dependerá en mucho de la evolución y de los efectos de la pandemia, pero es más plausible considerar un escenario cercano en el que se abran posibilidades para el paso organizado de migrantes a través de México, que el de un control ordenado de fronteras y territorios por parte del Estado.
Es previsible que se dificulte el paso individualizado espontáneo de ciudadanos centroamericanos, sin estructuras de apoyo a lo largo del viaje, con albergues saturados y comunidades encerradas en sus casas; pero el interés y la necesidad de paso van a seguir existiendo. Va a ser más peligroso y más caro, pero el flujo difícilmente se va a detener. Es muy probable, que tal y como lo señala Trump, el crimen organizado vea esta situación como una oportunidad de negocio, y que se generen nuevas estrategias para satisfacer esta demanda.
Conclusiones
Estados Unidos, México y Centroamérica forman parte de una región que se retroalimenta, y que difícilmente puede escapar de situaciones complejas sin la cooperación de todos sus actores. La pandemia del COVID-19 y su control, en una u otra dirección es un claro ejemplo de ello. A pesar del cierre formal de fronteras, y de la estrategia de la contención, el virus ya se encuentra presente en mayor o menor medidas en todos los países de la región.
La estrategia habitual de los Estados Unidos ha sido el intento de “expulsar” de su territorio los problemas, y militarizar la respuesta de las naciones vecinas para mitigar o reducir sus amenazas. En este caso la respuesta ha sido similar. Se está expulsando migrantes indocumentados, con el estigma de que éstos pudieran incrementar el número de casos de contagiados en los Estados Unidos, sin los protocolos debidos y sin la atención médica requerida. No se considera con estas acciones que el posible aumento de contagios en México o Centroamérica, pone en riesgo una segunda o una tercera ola futura de contagios en los Estados Unidos.
Por otra parte, ante la debilidad del Estado frente a la pandemia, Donald Trump reconoce la posible amenaza del crimen organizado, y recurre, como en demasiadas ocasiones en la historia, al despliegue de la fuerza militar; en este caso amenazando de forma directa al régimen bolivariano de Venezuela y a las organizaciones delictivas que trafican con estupefacientes.
No ha contemplado el presidente estadounidense, hasta el momento, el incremento del paso de migrantes por México, con el concurso de grupos de la delincuencia internacional. ¿Tendrán México y los Estados las capacidades de atender esta situación, si como se sugiere en este análisis esta circunstancia se materializa?
El despliegue militar en el Caribe y el Pacífico no plantea un escenario tranquilizador ni constructivo en este sentido, aunque tampoco rompe con la tradicional presencia de los Estados Unidos en la región. Por otra parte, las actitudes autoritarias de muchas autoridades locales tampoco generan un escenario ideal de gestión de crisis.
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