Para los que piensen que no tengo madre, pues sí la tengo. Se murió el 16 de febrero. El 31 de marzo cumplió 78 años.
Les he de confesar que la sorpresa de su repentino traspaso y otra circunstancia que también me ha golpeado anímicamente mucho, me han hecho pasar una mala época.
No suelo expresar sentimientos, pero éstos meses sí han sido difíciles.
Llevo más de 20 años recopilando libros sobre relaciones civiles -militares y sobre Centroamérica (especialmente sobre Honduras), y ha llegado el momento de escribir sobre ello. Ya tengo la experiencia, la madurez y los textos. Ojalá mi madre me ayude a ser disciplinado y primero publique un buen trabajo de referencia sobre la teoría de las relaciones entre civiles y militares en democracias frágiles; y luego, más adelante otro sobre la dinámica política hondureña. Con eso ya me doy por satisfecho como «académico».
Sobre la grilla, aunque a alguno le parezca mentira, estoy a medio gas.
La gente se molesta cuando uno les dice lo que no quieren escuchar, pero en verdad me da igual.
Ojalá mis balas malintencionadas, mis reflexiones incómodas sirvan para consolidar un espíritu crítico entre la gente que me hace el favor de leerme.
Mi madre era una de las personas que leía casi todo lo que yo escribía. A veces se preocupaba un poco, pero no entraba en su cabeza que alguien pudiera hacerme daño profesionalmente, porque lo consideraba injusto e imposible.
La vida es dura, y no es justa, pero no hay otra. Yo sólo quiero tener tiempo y disciplina para escribir con calidad esos dos libros que les comento. Ojalá me ayude el espíritu de mi madre y ahuyente mis ganas de consumir compulsivamente series y películas (que es otra de mis pasiones).
El tiempo no es largo ni eterno.
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